El amor como fuente de inspiración

Cuando la gente me pregunta qué me inspira, mi mente siempre viaja a dos personas muy especiales en mi vida: mis hijos, Lola y Ernesto. Ellos son la manifestación más pura de lo que yo considero la esencia de la vida, y a través de ellos, he comprendido la dualidad de la impermanencia y la eternidad del amor.

En este camino de despertar espiritual, a menudo hablamos de soltar, de desapegarnos de las historias que nos limitan. Mis hijos me han enseñado esta lección de la forma más hermosa y profunda. A través de ellos he aprendido a soltar, a dejar ir lo que no es esencial y a aferrarme a lo que sí lo es. Me han mostrado que amar incondicionalmente no se trata de poseer, sino de acompañar, de nutrir y de dejar ser.

Son mi fuente constante de inspiración, recordándome cada día que el amor es el motor que mueve el universo. Su presencia es un regalo, una lección diaria sobre la importancia de vivir en el presente, de valorar cada momento. Porque la impermanencia nos enseña que nada es eterno en este plano, pero el amor, el amor que nace de un alma y se conecta con otra, ese amor es la energía que nos une más allá del plano terrenal y trasciende todas las barreras.

Ellos me recuerdan que mi trabajo, mi propósito, es ayudar a las personas a reconectarse con esa misma energía. A que vean que, aunque las personas y las experiencias pasen, el amor siempre permanece. Lola y Ernesto no solo son mis hijos, son mis grandes maestros, y es gracias a ellos que mi corazón y mi trabajo están siempre arraigados en la verdad más fundamental de todas: que el amor todo lo puede.